Enfrascar emociones
La ventana que parecía tan ajena a mi hace unos meses, hoy me permite espiar a los pájaros que van de regreso a casa.
Me permite entablar conversaciones con el sol a través de sus marcos blancos.
Me hace cuestionarme ¿por cuanto más tiempo seguiré observando a través de ella el mundo percibido como un rectángulo?
Parecería que un rectángulo es demasiado pequeño para percibir el mundo, pero es más que suficiente en una tarde calurosa enredada en humedad en la que nace inspiración a través de un orgasmo regalado hacia el regalo de lo inesperado en la vida.
Entre lluvia de recuerdos y lluvia de ideas se apodera el cosquilleo que por años se mantuvo dormido.
Tienen tanta similitud el hormigueo de cuando se duerme una parte del cuerpo y el cosquilleo que despierta el impulso por comenzar algo nuevo; un nuevo capítulo, una nueva canción o una nueva forma de ver la vida.
El rectángulo por el cual observamos la vida puede que sea el mismo todos los días, pero la forma en la que percibimos lo que hay detrás del marco cambia cada segundo.
Si hay hormigueo en el alma, si se siente calor, frío, nostalgia o confusión… el marco siempre se mantiene firme para ofrecer siempre exactamente la misma forma en la ventana.
Las casas no se mueven, el letrero “periférico” no se mueve.
Sí se mueve la naturaleza del mundo entre colores, nubes, pájaros y atardeceres. Sí se mueve la naturaleza de las emociones en el cuerpo.
Ojalá pudiéramos enfrascar las emociones para recordarlas cuando las necesitáramos.
Enfrascar las emociones junto con la foto de ese instante.
Enfrascaría sin duda el rectángulo de posibilidades en las que se convirtió hoy mi ventana por si mañana existe de nuevo hormigueo en el alma, pueda destaparlo, quitarme los zapatos y permitirme sumergirme con confianza en este impulso, en este mar de instante de lo que representó el rectángulo de mi ventana hoy en mi vida.